jueves, 7 de abril de 2011


El Misterio de Villa Elisa



En este "Misterio de Villa Elisa" el lector ingresará en un libro de cuentos que solo intenta narrar algunos misterios, episodios extraños, y personajes que se sucedieron hace algún tiempo, en un pueblo lejano para algunos, y muy cercano para otros, del que muchos juran hasta el cansancio conocer, incluso a cada uno de sus habitantes, sus calles, sus creencias, y hasta su ubicación exacta;... pero que sin embargo otros niegan por completo tal existencia, o al menos desconfían de ella, al extremo de asegurar incluso, que Villa Elisa solo puede haber existido en la imaginación de algunos pícaros soñadores...


AGRADECIMIENTO

A la mujer que simplemente amo y me ama, la que me acompaña y soporta desde la adolescencia, a mis hijas a las que paradójicamente les debo la vida, a la enseñanza y memoria entrañable de mi querido viejo, a Jorge por estar siempre tan cerca mío a pesar de vivir en el cielo, a mis amigos fuentes permanentes de locas e interminables inspiraciones, ...a la vida por dispensarme tanta espera y tolerancia, a mi sombra por seguirme a cada paso, al día por dejarse ver cada mañana, a la noche que me permite esconderme de vez en cuando en su eterna y calma oscuridad...

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PROLOGO

Usted puede desandar este misterio,...solo tendrá que sumergirse, y de ser preciso, dejarse convencer,... transitar a cada paso, y a cada instante, por las calles de Villa Elisa, estar atento a cada lugar, cada luz y cada sombra, lo que lo acercará sin dudas a la verdad, ... o al menos a una parte de ella.

Al igual que la vida, y las ilusiones, este libro contiene, un comienzo, unas cuantas estaciones, y un final; (o sea que se podría decir que no proporciona nada extraño, ni  nada que no contenga ningún otro libro).  Está realizado con un escaso y temporal material que con el permiso de Usted, paso a detallar: un conjunto de sueños, un poco de paz, ráfagas de alegría, huracanes de tristeza, algunas pocas neuronas, una computadora que no me pertenece, y un par de pequeñas inspiraciones.

Ciertamente nada es casual y quién transcurra por este libro quizás entenderá, y será parte de estas historias, y de estos personajes, sabrá sus debilidades, conocerá sus ilusiones, deseará sus deseos, sanamente envidiará sus suertes, y lamentará sus desgracias; disfrutará de sus alegrías, entenderá cada una de sus penas, y tal como corresponde, se apenará, o  reirá con ellos.

Lo que continúa, solo intenta narrar algunos misterios, y episodios cargados de sueños, vivencias, y extraños personajes que se sucedieron hace algún tiempo, aún no precisado, en un pueblo llamado Villa Elisa, lejano para algunos, y muy cercano para otros, (condición esta, que usted mismo adoptará, según el lugar en el que se encuentre residiendo por estos días), del que muchos juran hasta el cansancio conocer a cada uno de sus integrantes, sus calles, su tipografía, sus creencias, y hasta su ubicación exacta, hay quienes lo sitúan al Sur de Venado Tuerto, en cambio otros aseguran haberlo conocido al este de Piña Aguada (lugar este también desconocido para la mayoría).

Sin embargo otros muchos niegan por completo tal existencia, o al menos desconfían de ella, al extremo de asegurar incluso, que Villa Elisa solo puede haber existido en la imaginación de algunos pícaros soñadores, seguramente tan absurdos, ridículos, y tan poco recomendables como el propio autor.

En virtud de lo detallado en el párrafo que antecede, y de la escasa credibilidad de esta narración, lamentablemente, no sabrá Usted, (quizás nunca), si es esto un prólogo convencional o si simplemente se trata de un triste e insignificante cuento más.

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CITA A ESCONDIDAS

El boliche de Don Gregorio era, sin dudas, el mejor lugar de toda Villa Elisa, para informarse adecuadamente de las “nuevas” del pueblo, incluso con los más interesantes detalles que pueda usted imaginar; para realizar partidas de truco, tute cabrero, chonga, siete y medio, o cualquier otra variante siempre y cuando hubiese cartas de por medio; para ahogar penas de amor, o las que deparaban las apuestas perdidas; también era el lugar indicado para fortalecer cualquier relación,...o en su defecto para terminar definitivamente con ella.

El boliche era un edificio antiguo, algo rústico y apacible, pero confortable, con muy mala atención a pesar de las buenas intenciones, en el fondo del local tenía un viejo mostrador de algarrobo, con las puntas gastadas de tantos codos apoyados, pisos de ladrillos manchados por el correr del tiempo y las copas derramadas, unas cuantas mesas típicas de bar, de esas que nunca “pisan” bien, y sillas con asientos de mimbre quebrados, los que servían a la vez de improvisados moldadientes para dar  por concluidas las abundantes “picadas”; una puerta de entrada doble con postigos de madera, con una “tranca” de seguridad que jamás se usaba, y con un solo ventanal que daba a la Avenida Independencia, ... el mismo ventanal por el que aquel fatídico día, “El Laucha” vió pasar a Tamara por primera vez.

El impacto fue tremendo, y la sensación que algo serio estaba por comenzar nos invadió a todos los de la barra. “El Laucha” quedó sorprendido, incluso creo que atontado, ya que no era muy habitual verlo de esa manera: Irreconocible, los ojos desencajados, la mirada perdida, el labio inferior caído, las cejas a la altura superior de la frente, la nariz y las orejas rojas, ¡muy rojas!, como si fueran a prenderse fuego, y... una especie de tambaleo, lento pero acompasado, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, ...incesante. Comenzamos por llamarlo: Laucha,... ¡Laucha!-, unos minutos después por gritarle: -¡Laucha!,... que te pasa?,... llama un médico, dale, llama un Médico!-. Era sabido que Mauricio tenia muy mal genio, y peor carácter, pero nadie duda, era muy práctico, fue entonces que con una terrible cachetada a la oreja izquierda, (es decir que lo puso con la derecha), y como no podía ser de otra manera, “El Laucha” por fin reaccionó, un poco aturdido, otro poco sordo, y con su oreja de color bordó intenso, ...muy intenso!.

A partir de entonces “El Laucha” jamás fue el mismo, seguía con los síntomas, (tal vez un poco atenuados) de aquel día que vió a Tamara pasar, con ese andar insinuante y felino, a través de aquel ventanal.

Nos seguimos juntado como de costumbre en el bar, “El Laucha” nunca faltaba, sin embargo estaba siempre distraído, como ausente,... de a poco fuimos nosotros los que comenzamos a evadirlo, dejamos de invitarlo con un trago, no era que nos despreciara, pero rara vez lo tomaba, lo cuál además de un desperdicio, naturalmente no tenía ningún sentido; simplemente miraba el vaso, como si hubiera alguna cosa extraña adentro, (además de las ya habituales a las que nos tenía acostumbrados nuestro bar, producto de la inadecuada de limpieza).

Siempre fue el compañero de truco inseparable de Don Cipriano, sin embargo ya harto de perder, y preguntar en vano: -¿Voy al pié?,... ¿Le digo o no le digo?,... ¿Cuantas tiene?- (Nunca, jamás una sola respuesta); una tarde Don Cipriano amenazó con su voz ronca, por el cigarrillo, pero aún firme: - ¡Tiramos los Reyes, o yo no juego más! - , fué entonces cuando después de un hondo silencio “El Laucha” confesó aquel secreto tan inconfesable como la mayoría de los secretos:, -Tengo una cita con ella...-, Nos quedamos sorprendidos, por lo inesperado por un lado, y por escucharlo hablar a “El Laucha” (después de 6 meses) por el otro.

El primero en reaccionar fue Mauricio, quien sin dudar lo interrogó: -¿Cuándo?, ¿a que hora?, ¿En que lugar?-, La respuesta fue rápida, atróz, y tajante: -¡Siempre, a cualquier hora, y en cualquier lugar.!-. Les juro que nos heló la sangre, y nos contagió sus síntomas, hasta dejarnos irreconocibles, con los ojos desencajados, la mirada perdida, el labio inferior..., bueno, ... ¡así nos quedamos!.

La decisión estaba tomada, y perfectamente coordinada, “El Laucha” había decidido correr el mayor y el más atróz de los riesgos que pueda tener una cita, es decir... no encontrarse.

Decidido y optimista el sábado comenzó por el baile del club Defensores de Villa Elisa, se bañó temprano por la tarde, se afeitó y perfumó con la mayor dedicación, combinó los colores sin dejar detalle por revisar, y repasó una a una las mil ciento sesenta y siete frases de amor escritas por él, con las que supuestamente enamoraría a Tamara. Llegó apenas unos veinte minutos antes que terminara el Baile, quería sorprenderla, tenerla pendiente, ansiosa..., a sus pies, llegar cuando ella creyera que ya no llegaría,... el conocimiento sobre su amada era bajo, y el riesgo era muy alto,... a Tamara nunca le gustaron los bailes del club.

El Domingo eligió su mejor ropa sport y casi sin dormir se fue a la cancha..., esta vez llegó temprano, antes que nadie, era un clásico, sin dudas la cancha estaría llena, y quería ver llegar uno a uno a todos los asistentes, esta técnica resulto bastante propicia al principio, vió llegar al segundo, al tercero, al cuarto.. una hora antes de comenzar al encuentro y en menos de cinco minutos, efectivamente, la cancha se llenó.

“El Laucha” nunca supo cuál fue el resultado de aquella contienda, y asegura haber revisado los locales, los visitantes, cada una de las tribunas y cada uno de los rostros,... para ese momento ya estaba seguro que Tamara lo estaría esperando en algún otro lugar,... sin embargo, y por las dudas, se retiro antes que todos,... solo para esperarla a la salida, y volver a revisar,... creo que “El Laucha” nunca supo que ella era muy creyente, los domingos.... ¡jamás faltaba a misa de seis!.

Paso varias semanas buscándola por las calles, por las veredas, por las paradas del 36, incluso por las del viejo tranvía, que dejó de pasar hace ya bastante tiempo, (pero esta, ¡ya verá usted!, es otra historia).

Una madrugada pasado de copas por esperarla en la Wisquería del teatro, (al que también había ido a buscarla), creyó verla, sobre una mesa de billar, bailando desnuda y generosa con una copa de cristal en cada mano, una sonrisa sugerente, y una liga calada de color negro en cada pierna.

Cansado pero no doblegado, optó por un cambio rotundo en su estrategia, ya que hasta entonces lo coherente no le aportaba los resultados esperados, se esmeró en elegir los sitios menos probables, fue así que comenzó a recorrer y observar los bares, los campeonatos de bochas, el Centro de Jubilados de Villa Elisa, las obras en construcción, las canchas de pelota a paleta, los recolectores de basura, los Jardines maternales, los prostíbulos (en realidad “el Carlos” se lo había recomendado desde siempre), y en donde no tuvo mayor éxito, pero la búsqueda al menos le resultó un poco más placentera, llevadera y reconfortable.

Ya a fines del otoño, llegó a repartir volantes casa por casa, con unas ofertas tan formidables como extrañas, que la Firma “El Trébol” nunca reconoció como propias. Tuvo la sensación que había estado muy cerca, que tal vez él entraba y ella salía, que quizás fué por la mañana cuando correspondía por la tarde, o que tal vez llegó por la noche sin pensar en la madrugada, y hasta que efectivamente lo habría atendido ella misma... y en persona, pero que producto del tiempo transcurrido, y el cansancio de tanta desventura, su rostro seguramente le hubiese resultado desconocido.

Después de algún tiempo de no saber de él, una mañana cualquiera, mientras jugábamos un truco “gallo” con los muchachos, y cuando ya nadie lo esperaba,  para sorpresa de todos, se dignó en llamar al Bar, pidió de hablar conmigo, y me contó alegremente, y muy suelto de cuerpo, ¡como sí nada!, que por fin había logrado conquistar a Tamara, que se la encontró en un cine de Castelar, mientras pasaban King-Kong, en una función de trasnoche, que se habían casado, que vivían felices, que tenían seis hijos, ¡y que querían tener más!, y un montón de historias,... Yo no sé,.... hasta el día de hoy, siempre les digo a los muchachos,... para mí, “El Laucha”,... siempre fué un mentiroso...
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LAS HERMANAS TEDESCO

Siempre fueron inseparables las hermanas Tedesco, en el pueblo tenemos conciencia de su existencia, solo a partir de los treinta y pico de años, siendo un verdadero misterio, donde residieron anteriormente, o que se dedicaban, cosa no muy común en Villa Elisa, donde nos conocemos todos, y todos nos conocen.

Teodora, la mayor de los dos, quién se llamaba así en claro homenaje al abuelo Teodoro, solterona sin arrepentimientos, un poco por elección propia, ya que nunca supe que quisiera casarse con alguien, y otro poco por elección ajena, ya que nadie nunca, a querido casarse con ella. Y Doña Pancha la menor de la hermanas, a la que en verdad nunca le conocimos su verdadero nombre, ni el porque de su apodo, ya que contrariamente a lo deducible, la vieja tenía un carácter de perros, (perdonando al animal), viuda en segundas nupcias de Don Teófilo Legarralde, que a pesar de haberle dado una vida un tanto desdichada, al menos le dejó hecho un rancho,... y un hijo.

Las Tedesco compartían vivienda, la vida, los muebles, soledades,  gastos, y alguna que otra enfermedad. Los años llegaron inexorablemente para ellas, al igual que el reuma, la artrosis, y un poco de soriasis, sin embargo no eran tan preocupantes los “achaques” que padecían, se podría decir que apenas un poco por encima de los esperables para tal edad. Pero vaya a saber por qué circunstancias, solamente lo relacionado a  sus dolencias y enfermedades paso a ser para ellas, el único motivo de conversación, e incluso de vivir.
Así fue como comenzaron a quedarse un poco más solas que de costumbre, cuando más dolencias ganaban, más amigos perdían, con el transcurrir del tiempo las compañías deseables comenzaron a tomar lógicas distancias, los viejos por temor a casi todo, los jóvenes por no temer a casi nada.
Todo giraba sobre lo mismo,... sus conversaciones, sus esperas, sus caminatas, y hasta su heladera,... cuando cambiaron la vieja Siam, no se fijaron ni en la capacidad del freezer, ni la frutera, ni nada, todo estaba circunscripto a la comodidad y espacio para un adecuado y minucioso acopio de remedios, que los antibióticos en la parte más alta, que los analgésicos en la más baja, los vasodilatadores en la huevera, los antifebriles en la puerta, los diuréticos en el fondo, los antiespasmódicos al botellero, y los laxantes en el frente.

Las salidas estaban igualmente programadas y organizadas, en relación a sus sufrimientos,...lunes cardiólogo, martes dentista, miércoles infectólogo, jueves al clínico y viernes reumatólogo, el fin de semana optaban por algo de diversión, y fantasía, y dedicaban sábado al ginecólogo,... y domingo a rezar.

Es cierto que estos últimos años Doña Pancha tuvo seis operaciones, y Teodora solo cuatro, sin embargo ella lo vivió como un triunfo que la enaltecía frente a su hermana, como si la vida le regalara un motivo por el cual, debía ser más escuchada, y en cierta forma admirada por Teodora y todas las demás.

Las interminables charlas entre ellas y las viejas Beltrán, comenzaban al amanecer ya que la artrosis (explicaban) las hacía despertar, y terminaban ya muy tarde de madrugada, teniendo en cuenta que tantos somníferos ya no les producían el efecto deseado.

Teodora contaba con pormenores y detalles, y un toque de suspenso sutil, cada una de sus intervenciones, cada corte, cada ruido, cada sutura, cada síntoma, cada dolor,... Doña Pancha sin embargo era un poco más concreta, y terminante, pero disfrutaba de su poder para impresionar con lo macabro, y sobre todo de sus amplios conocimientos adquiridos en medicina.

Nada parecía importarles en la vida, si no tenía íntima relación con el tema, solamente en la primavera pasada, se rumoreó un romance furtivo de Doña Pancha con el farmacéutico, y a Teodora que la primavera pasada se la vínculo con un compañero ocasional, y algo moribundo, de la sala 8 del Hospital Naval.

Nunca supimos de verdad cuantas enfermedades verdaderas, ostentaba cada una, ya que con el tiempo, y en clara y abierta competencia, ambas comenzaron a desestimar aquellas dolencias menores, ya que a pesar de las molestias, no les representaban demasiado mérito, fue así que optaron por inventarse a sí mismas, las más dolorosas y crueles afecciones, incluso Teodora llegó a presumir de un extraño e impiadoso virus que según contaba, provenía del norte de Asia, provocando entre otros males, un envejecimiento de piel prematuro, aduciendo el contagiado de un elefante del circo “Tronador”, y que solo podía ser tratado con un extraño brebaje, compuesto de proporciones en partes iguales de: nitrato de potasio, jugo de naranja, y  anís “8 hermanos”,  y apenas un toque de canela en polvo.

Estoy seguro que tantas dolencias dudosas, se convirtieron en nefastos atentados a la salud, ya que con tanta vanidad, se veían obligadas a la toma de medicinas que nunca necesitaron, y el abandono de las que sí les correspondían, pero que por ser bastante comunes, no les representaban demasiado jerarquía. Ante tales circunstancias era incesante el incremento de horarios y pastillas, e indeclinable y acelerada la pérdida de la memoria, es decir que ya nada era lo correspondiente.

Tal como era de suponer, el tiempo y la falta de tratamientos adecuados hicieron lo suyo,...

Lo cierto es que Teodora hoy pasa sus últimos días en un mediocre geriátrico de Avellaneda, y Doña Pancha falleció el invierno pasado, atropellada por el 161, mientras cruzaba Avenida Mitre justo... pero justo enfrente de la Farmacia Central.

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AL BORDE DEL ANDEN

“El Escarcha” la amaba demasiado... más que a nada... ¡y que a nadie!..., tal vez mucho más de lo conveniente y lo recomendable.

Sin embargo a pesar de lo que se pudiera esperar para estos casos, solía contarnos a nosotros, sus amigos (los pocos que le quedábamos), que a menudo solía sentirse feliz.

Nadie supo que cosa lo afecto más, si los desprecios a los que Marta lo sometía frecuentemente, o los comentarios sobre la paternidad de Ezequiel, o la hipoteca del Banco Credifacil, que nunca pudo pagar. Sin embargo el cambio más rotundo, (tanto, que incluso ya no parecía el mismo), fue cuando lo echaron del Ferrocarril por aquel conocido faltante de boletos Villa Elisa-Buenos Aires, del que nunca dudamos, no tuvo nada que ver. De todos modos, igual lo lastimaron como si fueran navajas, las lenguas incorregibles y afiladas de las hermanas Tedesco, y del viejo Justo, al que no le pega en lo más mínimo su apellido, por eso le decimos “el Tero”, porque parece mentira, además se llama Prudencio.

Quizás fue demasiado cariño, esfuerzo y bondad puesto a disposición de una sola mujer, tal vez por inexperiencia o por tozudez, se negó a admitir que Jamás una mujer ama totalmente a un hombre bueno. Se lo dijimos todos,... ¡mil veces!,... jamás quiso oírnos.

Tampoco nos creyó cuando en el verano le contamos que el dinero con el que Marta se fue a España, no era para ayudar a su hermana Clara (que según nos parece, y si no nos falla la memoria, falleció a fines del 83 en un estúpido y llamativo accidente de bicicleta), incluso aseguraba que la partida en el mismo día, y en el mismo avión del Jefe de la Estación era pura casualidad, y mera coincidencia, -cosas del destino- solía repetir.

Cuándo aquel día en que juró a los gritos y a los cuatro vientos, que la esperaría hasta la eternidad y sin moverse, nadie creyó que llegaría tan lejos.

Era esperable que tal promesa vociferada tuviera la misma duración que permite el cansancio, y la resignación. Sin embargo una mañana de principios de Junio, apareció petrificado, y con la vista fija en dirección al Sur, justo al borde del andén del que la vio partir,...

Algunos opinamos que mucho influyó el frío atroz, de aquella madrugada, otros sostienen que fue un acto voluntario, y premeditado,...o que quizás simplemente fue una alternativa válida, para no caer en la simple vulgaridad de un suicidio.

A pesar del tiempo trascurrido, Don Carlos sin embargo siempre insistió, con cierto hechizo producido por despecho de Doña Maria, (quién dicho sea de paso), toda la vida lo había amado demasiado..., más que a nada... ¡y que a nadie!... tal vez mucho más de lo recomendable... y de lo conveniente.-

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SUEÑO PARA CONTAR

“-¿Sabes una cosa?... anoche soñé contigo:

Soñé que te soñaba,... y que te llevaba a pasear, de la mano como a ti te gusta, casi sin mirarte, pero pendiente, como me gusta a mí; y por lo oscuro como corresponde, y nos gusta a los dos.

Soñé que nos queríamos tal como yo te quiero; que te hablaba, y te disponías a escuchar, que me contabas de tus cosas, y yo me dejaba contar, que reías y a veces llorabas, y te dejabas comprender.

Que te mostraba mis defectos, y descubrías mis virtudes; que te regalaba atenciones, para que fueses consecuente, y actuaras en consecuencia. Y que me mostraba atento para que me prestaras tu atención. Que te enseñaba todo lo que aún te quedaba por aprender; que el tiempo se termina rápido, para que rápidamente dejaras de perder el tiempo; que podía llenarte de claridad, en cuanto apagaras la luz; que podía ser tu hombre, si dispensaras ser mi mujer; que soy partidario del postre, para que te ofrezcas de frutilla; y que nunca es tarde para estar despiertos, ni temprano para amanecer.

Soñé que me esperabas ansiosa, y por saberlo, yo demoraba en regresar; y que ponías la mesa, y las sábanas, y hacías la cena y la cama. Y soñé que te ponías el generoso vestido azul que tú amas ponerte,... y yo amo quitarte, (para lo que sabes de sobra y hace tiempo me declaro ferviente y humilde servidor), y te declaraba la guerra, y me ofrecías tu paz; que me besabas, y me dejaba besar; y que te lo proponía... y te dejabas convencer,... que yo comenzaba, y me permitías continuar; que tenías ganas, y te las quería sacar, que te acariciaba el alma y las piernas; la vida y los senos,... y que gritabas, y sonreías, que te aferrabas a mis brazos, y me querías abrazar, y que escondía tu almohada, para poder ofrecerte mi pecho; y que nos dormíamos despiertos; y que se nos iba el frío, y que tomábamos coraje para perder el miedo, ... y que pasaba un duende, y me guiñaba un ojo,...y que me crecían alas, y te llevaba a volar.”.

Marta nunca recibió esta carta, “el mudo Ponce” siempre fué un “tipo” tímido, callado,... y bastante difícil de comprender.
(Esta no es una historia más, sino una menos... la que no pudo ser.)

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EL VIEJO MURCIA

Se conocieron de casualidad, una tarde de invierno cuando Julia perdió el colectivo que la traía de vuelta de la Estancia “El Talar”, el viejo Murcia (justo esa tarde), tenía mesa de “tute” en el boliche de Don Gregorio. Se parecían en muy poco, (por no ser tan terminante), ella exceso de tanta dulzura, él obeso de tantos dulces; ella elegante y delgada, el repugnante y dejado; ella pensante, él impensable; ella tierna, el terco; ella muy alta, el muy altanero, ella sincera, él sin sesos; ella con mucha imaginación, el inimaginable; era fácil adivinar quién sufría, y quién gozaba, quién jugaba y quién perdía, quién tomaba y quién bebía. Julia era una mujer de esas que todo hombre sueña, que todo perdonaba, o al menos eso parecía.

Desde el comienzo de la relación todo fué igual, no fue ella quién llegó tarde a la iglesia, tal como se estila, y como resulta deseable en estos casos; fué a él a quien todos esperamos por más de una hora,... eterna y vergonzante; hasta que apareció como de costumbre, con pocos amigos y mucho alcohol, Julia nunca olvidó ese día, él sin embargo jura que jamás pudo recordarlo, de todos modos lo perdonó, decía que la situación, que la alegría del casamiento, que sé yo...; A los pocos días ya comenzó a gritarle, matizando algún que otro insulto, por supuesto era conocido que Don Murcia “tenía carácter fuerte”; Julia pasó exactamente 18 cumpleaños sin recibir un solo saludo, y por lo tanto y consiguiente, ni un solo regalo,... nunca reclamó, -“Don Murcia anda con muchas cosas en la cabeza, ¡como para estar atento a los recordatorios!”-,... todos los 27 de Agosto repetía lo mismo.

El Pueblo entero conocía la historia del “Viejo Murcia” con la “paraguaya”, que además de púta era bastante lengua larga, y los detalles más íntimos recorrían las calles... y las veredas, y las lenguas de Doña Elvira, y “El Tarta”, y el lechero que por razones más que obvias, siempre tenía las primicias, ... que los hombres nunca son fieles, que al igual que los animales es por instinto, ... ¡eso decía Julia!. Casi me olvido lo de la “Tina”, ¡casi tres meses se fue a vivir con ella!, ... de calentura nomás, era muy poco lo que tenía para dar esa vieja de mierda, ... que estaba “confundido” lo justificó Julia esa vez.

La tarde que Don Juan, después de emborracharlo lo suficiente, le ganó a las cartas las espuelas de oro y plata, de las que tanto presumía Don Murcia fué la peor, llegó al rancho cerca de la madrugada, descontrolado por la pérdida sufrida y el vino disfrutado, Julia lo esperaba despierta, un poco por preocupación y otro poco por costumbre..., recién a la semana siguiente nos enteramos por “El tarta”, que las marcas del rebenque le surcaban la espalda de un modo atroz,... Julia nunca dijo nada al respecto, pero sabemos que “El tarta” es “chusma” pero no mentiroso, y también que siempre la espiaba subido al gallinero, que da al baño del rancho del “Viejo Murcia”.

Ni la vida, ni el tiempo, ni los sinsabores, pudieron separar la pareja, ni el exceso de peso, ni sus pesares, ni nada; a Julia todo le parecía aceptable, y nada injustificable, viniendo de su marido.  Sin embargo justo un día después del aniversario de casamiento, y vaya a saber por que circunstancias, Don Murcia tuvo aquel deseo incontrolable, quizás fue por arrepentimiento, o por algún cargo de conciencia, lo cierto es que con los ojos empañados, pero fijos en los de Julia, las manos apretadas, una expresión inusual para tanta soberbia, y un pequeño temblor en la garganta, dejó escapar ronca pero segura aquella declaración tan contundente como inesperada: –“...Te quiero...y sos la mujer de todos mis sueños,... aunque no lo haya demostrado, seguramente por cobardía, o hombría mal entendida, te necesito y mi alma te necesita, ¡a partir de este instante mi vida y la tuya serán distintas!, quiero darte todo, aún lo que no me pidas, quiero no solo decir, quiero también demostrarte mi amor,... he sido capaz de mostrarte el infierno... quiero regalarte el paraíso”-.

A la madrugada siguiente, y a pesar de la intensa lluvia, y el frío tan poco frecuente para esa primavera, algunos pocos presentes, vieron a Julia alejarse con un caminar pesado, y un bolso liviano, sin volver la vista atrás, nunca,... jamás supimos a donde diablos se fue.

Al fin y al cabo algunos nos alegramos de tal partida,... el Viejo Murcia siempre se creyó muy piola, ...que las sabía todas,... se conoce que nunca nadie le contó que una mujer puede tolerar y perdonar cualquier cosa,... pero nunca jamás a un hombre enamorado.
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LOS ANILLOS DE HOJALATA

Cuando Jorge llegó al pueblo con tanta miseria, como honestidad y franqueza, era fácil imaginar en él cierto progreso, aunque no inmediato, pero si asegurado a medida que transcurriera el tiempo,  conjuntamente con sus años.

No sé muy bien a que se debió, pero la presunción antes citada, no se cumplió en lo más mínimo, el esfuerzo no le retribuía los frutos deseados, y la siembra de tantos años, no se correspondía a la hora de cosechar. Tal vez el destino, era en parte el culpable de algunos resultados negativos, o algo de poca fortuna, o quizás Jorge era demasiado sincero, condición esta que sumada a las anteriores, suelen frecuentemente no ser muy recomendables, ni favorables por estos pagos.

Sin embargo creo que también influyo bastante en él, cuando Mariana decidió abandonarlo, justo un día después de que según cuentan, él le propusiera matrimonio. En parte ella tenia razón, Jorge atesoraba demasiadas virtudes espirituales, para tan pocas materiales.

En efecto la vida le cambió bastante a Mariana desde que luego de un corto romance, se caso, con Iglesia y fiesta incluida, con Don Salvador Baigorria, que si bien es algo mayor que ella, (y no demasiado agraciado), nadie duda de la prosperidad de “la Posta” su almacén de Ramos Generales.

La verdad que Jorge no gozaba de la mejor suerte con las changas, marginado para las que fuera necesario escribir o leer, por razones obvias, del mismo modo que para las rudas, atento que su condición física no lo favorecía demasiado, quizás algo habría cambiado si alguien que no fuese su padrastro, al menos de vez en cuando, se hubiese encargado un poco de él.

Lo de Jorge sin dudas era el fútbol, deporte al que amaba desde chico, y que aprendió a ver con ojos atentos, ya que generalmente en las “pisadas” quedaba excluido de toda titularidad, al principió sufrió bastante esta circunstancia, pero con el correr del tiempo le originó su ferviente pasión por el referato, cosa que hacia casi siempre decorosamente, y por lo general por unas pocas monedas, si bien su condición física no era la mejor, el conocimiento del reglamento, la concentración y la garra lo llevaban a estar encima de cada jugada, de cada situación de duda, que siempre resolvía con firmeza, pero a la vez, con espíritu crítico si lo resuelto no era lo adecuado.

Conocido era su inagotable fanatismo por el “Defensores de Villa Elisa”, al que nunca dirigió, para no caer en tentaciones mezquinas, ni contraponer imparcialidad con deseos, sin embargo y a pesar de sus explicaciones intentando justificar tal determinación, los muchachos de la Mesa Directiva jamás le perdonaron tal debilidad,... consideran que de haber vencido ciertos “pruritos” Jorge hubiera “ayudado” mucho al club, en mejorar la penosa posición que ocupa en la tabla.

Lo cierto es que jamás supimos por qué, ese lunes Jorge desapareció, así tan de repente, sin aviso, sin saludos, sin llevarse nada,... ¡aunque no tuviera nada por llevarse!.

Creo que fueron demasiadas cosas juntas para un solo hombre,... el viernes Don Cosme lo dejó sin el reparto de carbón,... el domingo por la tarde el “Defensores” perdió de local, por goleada y terminó inexorablemente descendiendo a segunda “C”, y para colmo,... ya tarde, por la madrugada, Don Salvador encontró a Mariana apuñalada,... a traición y por la espalda,...y en su boca envueltos en una sucia bolsa,... dos horribles y oxidados anillos de hojalata.-


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UN VIEJO TRANVIA

El primer día que “El Laucha” se detuvo en Salta y Los Cedros, nadie pensó que resultaría por eso una historia, suele esa esquina ser en forma bastante habitual, lugar de encuentros y desencuentros fugaces y furtivos, de saltos de día y asaltos de noche, de recuerdos vagos y de vagos sin recuerdos, de ventas clandestinas, de paseos de perros, y esperas de perras, y esperanzas,...

Tal vez fué por eso que los primeros días no llamó la atención, pero al fin al cabo lo habitual también suele sorprender, y de a poco comenzaron a reconocerlo: los comerciantes de la zona, llegaban para abrir y él allí estaba, se retiraban al cerrar y seguía estando, así día tras día; los del camión de la basura, pasaban, a allí estaba,... y al día siguiente, así noche tras noche; las putas del barrio, las llevaban y allí estaba, las regresaban, y seguía estando, así madrugada tras madrugada, “Don Cósimo” el diariero de Santa Elisa, quién al principio pensó que esperaba pasar el primer 36, pero los titulares cambiaron, y la espera siguió siendo la misma, así amanecer tras amanecer.

Comenzaron a cambiar las luces, las sombras, las parejas, los presentes, y los ausentes, el clima y el calendario,... “El laucha” seguía ahí, sin moverse, estático, sin cambiar su postura, ni su ropa, ni su gesto adusto, ni su mirada como perdida pero siempre dirigida al Norte, para el lado de la Estación, quizás fué por eso que descartamos que esperara el 36, primero porque la parada está enfrente, y luego porque los choferes al pasar los días comenzaron a realizarle señas, y gestos y bocinazos,... nada logró cambiar su mirada,...

Los vecinos ya hartos de verlo en aquel lugar, y de imaginar los más variados motivos que contempla una espera, lo invitaron a retirarse, luego a pasar, a comer, a tomar, cuentan que nada de todo esto hizo, solo movía autómata el brazo derecho para llevar el interminable cigarrillo negro hacia su boca reseca, y succionar con fuerza con un leve entrecerrar de ojos por el humo; nunca nos quedó claro ni el motivo por el cual no enfermó, ni en que momento compraba los cigarrillos, o si durante todo este tiempo simplemente fue un único e inseparable compañero.

Si no fuera por “Cholito”, nunca hubiéramos imaginado que, o a quién esperaba, después de tanto preguntarle con la insistencia mecánica que la insanía otorga, dicen que “El Laucha” contestó: - “ espero el viejo tranvía, Tamara seguro regresa en él ”-.

De nada sirvieron las explicaciones de los vecinos, ni de los historiadores del barrio, nadie pudo convencerlo que el viejo tranvía dejó de pasar a principios del 62, ni siquiera pareció escuchar, cuando Don Cósimo crudamente, y sin caer en melancolismo, le pidió que simplemente mirase el asfalto, y por propios medios comprobara la inexistencia de algún riel, incluso llegó a explicarle, que los retiraron el mismo día que pusieron los semáforos.

Nunca supimos si “El laucha” no escucho, o simplemente no quiso, lo cierto es que nada logró hacerlo cambiar, y continúo como si nada, con su paciente espera, y su interminable esperanza, con su humo eterno, su mirada perdida, su gesto adusto, su mecánico y único movimiento, como si el tiempo hubiera dejado de pasar, al igual que aquel viejo y esperado tranvía.

Fue una mañana de Mayo, y cuando ya nadie lo imaginaba, al “laucha” no volvimos a verlo. Yo creo que el cansancio, o quizás la debilidad que demostraba por aquellos días terminaron por doblegar la esperanza y la ilusión, sin embargo algunos dicen que la noche anterior, colmada de lluvia, frío y truenos, por el empedrado y a los saltos vieron el viejo tranvía, tan solo con una pasajera, pasar por Salta hasta perderse en dirección  al Sur...

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El LOCO GOLONDRINA

El “Golondrina” tenía un porte y algunas señas, por demás particulares, a los extraños les llamaba poderosamente la atención, sin embargo a nosotros (los del barrio), sinceramente nos parecían pintorescas y por que no, algo graciosas: Cabellos largos,.. muy largos, y un poco rubios, pero solo un poco; su cara con rasgos extremadamente tiernos, pero con la nariz también extremadamente larga, ojos grandes, marrones, atentos. Más delgado de lo aconsejable, y para colmo alto, con un tronco relativamente normal, pero con las piernas muy largas, los pies grandes, sucios, y descalzos.  Era motivo de risa permanente, su curiosa vestimenta, casi siempre llamativa y rota, con muchos colores,... y muchos agujeros.

El “golondrina” era el personaje de nuestro pueblo, ingenioso, y querible, un poco de todos, pero a la vez de nadie,... es decir  libre,... aunque al respecto repitiera hasta el cansancio y casi todo el tiempo como un autómata, una frase que lo identificada con su modo de sentir la vida “-los hombres libres son solo aquellos que pueden volar-“.

Nunca supimos en donde nació, ni quienes fueron sus padres, ni en que día cumplía a fecha cierta los años, aunque solía festejarlo indistintamente los treinta y uno de Diciembre, como los primero de año, o en su defecto los veinticinco de mayo, lo cual no hacía más que agregar incertidumbre y confusión, haciendo imposible cálculo alguno en tal sentido. Algunos analistas sostienen que tal actitud de “Golondrina”, correspondería a cierta facilidad de realizar importantes festejos gratuitos, por esas fechas.

Dormía por las noches, en la galería de la vieja Estación de trenes de Villa Elisa, las siestas en cambio eran siempre en el banco de la terminal. Nunca pidió nada, sin embargo o tal vez por eso, todos lo ayudamos un poco, El viejo Murcia le dispensaba las sobras del personal de la Estancia, Don Cosme el carbón en invierno, los árboles sombra en verano, Tamara las fantasías, la “paraguaya” las realidades, Doña María las milagrosas curaciones, y las hermanas Tedesco las medicinas.

Si bien es cierto que tenía buen carácter, y bien predispuesto para cualquier mandado, su vida era vértigo permanente. Era común para el levantarse de madrugada, casi al mismo instante del amanecer, juntar sus cosas de cama, y salir en una eterna recorrida por toda Villa Elisa, así durante todo el día, salvo por las tardes ya casi al anochecer, cuando indefectiblemente, regresaba a la estación para iniciar como un ritual, su diaria y eterna carrera a lo largo del andén.

Los brazos bien abiertos, la mirada puesta en el horizonte, haciendo con su boca un ruido a motor, solamente entrecortado para tomar el aire necesario para no asfixiarse, y los pies descalzos golpeando con fuerza en el viejo hormigón.

El resultado obviamente (y día tras día) era el presumible para estos casos, regresaba del final del andén siempre del mismo modo, con su cabeza gacha, los ojos un tanto vidriosos, y un tranco cansino, que debiendo generar compasión, solo recogía un desafinado coro de impiadosas carcajadas.

En el pueblo nada cambiaba, y en verdad no había mucho por cambiar, sin embargo, y quizás por aburrimiento, o por escasez de espectáculos gratuitos, o por la suspensión temporaria de la cancha de bochas, (producto de un justiciero bochazo en la cabeza a Don Murcia), lo cierto es que cada vez éramos más, los que por las tardes, nos acercábamos para el lado de la Estación, para estar presentes en los cotidianos fracasos del Loco Golondrina. Las carcajadas subían cada día, y su cabeza bajaba, del mismo modo,... cada día,... cada intento.

El ritual de Golondrina comenzó a ser el motivo habitual de charlas y comentarios, y con el tiempo incluso se fue conociendo la historia en los pueblos vecinos, con lo cual comenzó a ser un poco más popular, más querido, y por que no decirlo,... más burlado.

No sé que pasó esa tarde, pero todo fue muy extraño, el frío tan poco habitual para esa primavera, las caras de los pocos presentes, lo extraño de tantos ausentes, la puesta del sol, el interminable aullido de “cucha”,...el paso cansino del “golondrina”, casi eterno, hasta el extremo sur del andén. De repente se detuvo y giro lentamente, nos miró a todos unos segundos con cara de compasión, como si le causáramos pena. Unos instantes después, levantó su mirada en dirección al final del andén,  pasó sus manos por la cabeza tirando la larga cabellera hacia atrás, se llenó de aire los pulmones, hasta inflar el pecho a punto de explotar, como casi siempre extendió sus largos brazos, soltó de repente el aire y decidió por fin iniciar, lo que todos suponíamos (no se por que motivo), sería su último intento, su acto final, al que como suele suceder en estos casos, y en otros similares... le faltaban espectadores.

El comienzo del carreteo fue como si lo hiciera en cámara lenta, pero fue solo el comienzo,...a los pocos pasos comenzó a ganar velocidad, sus ojos comenzaron a entrecerrarse por el viento, y el viejo saco a flamear y luego a perder uno a uno los rotos botones, los píes descalzos a sangrar en el pedregullo, el ruido a motor que lograba con la boca se transformó en ensordecedor, y la velocidad ya inusitada para tal circunstancia comenzó a aumentar, y aumentar,... el final del anden se acercaba inexorable y rápidamente..., y la ilusión se alejaba...,rápida e inexorablemente.

Finalmente la esperanza duró tanto como duran los sueños, y tal como era previsible, “El Loco Golondrina” nunca logró tomar altura, como hubiésemos deseado; ... sin embargo lo más extraño fue que a pesar de los cardales contiguos a la Estación, “Golondrina” no se detuvo y siguió con su veloz carrera, sin detenerse, y sin perder velocidad..., y sin regresar nunca más.

Nunca supimos si fue la vergüenza, o su locura, o la desazón lo que le impidió regresar a “Villa Elisa”, o si simplemente aquel día había decidido continuar por siempre, y no interrumpir jamás su loca e interminable carrera  hacia la libertad.

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LA MAQUINA DEL TIEMPO

Don Ramiro siempre fue un personaje algo sombrío, no sé si tanto por su aspecto personal, algo descuidado, y sus modales hoscos, sino más por sus conductas de vida, sus raras costumbres, y su casona antigua y descuidada, pero con algo que la transformaba en agradable a la vista, una puerta de madera antigua con picaporte de bronce, impecablemente lustrado, lo que sin dudas le daba un toque de cuidado que no se condecía con su frente maltrecho por el tiempo, el interior era sin dudas llamativo, y mas parecido a un laboratorio tenebroso, que a un hogar convencional.

Era habitual que doña Angela y su hijo pasaran varios días sin verlo, y sin tener noticias de él, los encierros en el sótano solían ser incluso preocupantes, llegando a no ver el sol, (como en aquel invierno) incluso por varias semanas.

Los inventos de Don Ramiro nunca fueron gran cosa, a decir verdad, consumía la vida en cuestiones mínimas, y en busca de  descubrimientos, en su mayoría ya descubiertos con anterioridad,... o en su defecto absolutamente innecesarios, y de dudosa utilidad.

Trabajó por cinco meses en la confección de la lamparita eléctrica, alumbrado apenas por un par de velas, con el claro propósito de evitar tan clara evidencia; el final de tan tardía invención culminó una noche lluviosa, con un tremendo apagón que efecto gran parte del Sur de Villa Elisa, y las luminarias de la Plaza San Martín.

Años más tarde su reclusión pasó por un extraño aparato, que lo marcaría para siempre; el mismo era tendiente a la esquila de ovejas, pero sin la fundamental y preponderante ayuda del hombre. Era una especie de cajón de madera algo deforme, forrado con cueros de vacas Holando Argentina, de unos tres metros de largo por uno de ancho, con una gran boca redonda de entrada y otra de salida, a simple vista mucho más pequeña, por la que a menudo, y sin motivo alguno salía un humo espeso y negro, con olor a mandarinas.

Las pruebas fueron en un principio con almohadas, y algún que otro almohadón que recogía de la basura del vecindario, los que salían indefectiblemente destrozados por aquella boca posterior, (la que a mi gusto le faltaba cortinas). Después de algunas semanas de prueba, y sin miramiento alguno, optó por el sacrificio a favor de la ciencia, y la emprendió con las pobres ovejas; ...el resultado fue el esperado,...es decir un verdadero desastre. Luego de un tiempo fueron los propios vecinos que ya hartos de tanto mal olor, (y denuncia por medio), atentaron contra la imaginación de Don Ramiro, y a favor de la salud de los animales.

Nada parecía detenerlo en sus permanentes locuras, apenas de vez en cuando, realizaba alguna incursión al boliche de Don Gregorio, en busca de distracción y de partidas de truco, con apuestas incluidas, de las que siempre salía ganando, o alguna que otra disparada, a lo de la Paraguaya, en busca de distensión y de pares de piernas y pechos,... en los que siempre salía perdiendo.

Con el tiempo suele suceder que los años se acortan y los sueños se agrandan, y Don Ramiro no fue la excepción, y los inventos comenzaron a ser más urgentes, y por consiguiente, más disparatados.

Es cierto que los anuncios investigativos de Don Ramiro, siempre llamaban la atención, pero cuando circuló aquel comentario por toda Villa Elisa, nos pareció demasiado, y empezó a correr un rumor: Las desventuras siempre tienen un alto precio, y el Don Ramiro está por lo menos muy cerca de la locura.

Estaba bien lo de la lamparita, la esquiladora automática, el soldador a pedal, el perchero de medias, el calentador de hielo, el separador de sueños, e incluso lo del desempañador de lágrimas,  ¿pero que era esta locura de “la máquina de modificar el tiempo”?. ¡En poco nos equivocábamos por habernos preocupado!, al tiempo Don Ramiro dejó definitivamente sus pocas salidas, y se ausentó incluso de su propia cocina, su dormitorio,...de su baño. El sótano y su invento, se adueñaron de sus ansias, de su higiene, de sus sueños, de su apetito, su sexo, y de su propia vida.

Don Ramiro comenzó a no comer, ni dirigir la palabra, a ignorarlos por completo, Doña Angela y su hijo al principio se preocuparon, y ocuparon un poco, a pesar que él incluso ya no los reconocía, pero el cansancio y la necesidad, pueden más, y una tarde a fines de Agosto lo abandonaron, sin culpa alguna, para siempre y con paradero desconocido.

El sótano de a poco se llenó de espejos, de relojes, de tornillos, de humo; de mugre. El intento contenía todos los esfuerzos de Don Ramiro, solo se detenía para cortarse las uñas, ya que las mismas atentaban claramente contra sus tareas manuales.

Las pruebas eran recurrentes en forma y resultados, se introducía él mismo de rodillas por el extremo de una caja (la misma que tiempo atrás intentara ser una esquiladora), y luego de unos minutos de luces, de ruidos, de sombras y algunos desgarradores quejidos, emergía con esfuerzo por el extremo opuesto, con un visible chamuscado y deterioro de cejas, pestañas, y pelos en general. A los tumbos y con una evidente renguera (de ambas piernas), se apresuraba al esperado y determinante encuentro con los espejos, que le depararían la verdad, de los que colgaban una abundante cantidad de relojes de variados modelos y colores, digitales en primer lugar, a agujas en segundo, de arena, en tercer, y de sol por último, (el que no le prestaba la menor utilidad, atento la triste, permanente, y eterna oscuridad de aquel tenebroso laboratorio).

El resultado se traducía por los gestos de Don Ramiro, si golpeaba con furia la caja, era desalentador, si sonreía alentador;... vale aclarar de todos modos que por un par de años no lo vimos nunca sonreír... Sus fracasos aumentaban, y sus piojos también, pero no había tiempo para lamentos ni para baños, por lo que todo continuaba su curso, la misma ansiedad, la misma ilusión, la misma expectativa, y luego... los mismos desencantos.

Aquella madrugada todo fué distinto y sorprendente, sin que nada hubiera cambiado, más que algunos furiosos martillazos sobre la caja... Don Ramiro salió de su incursión por aquel aparato, tan deteriorado como de costumbre, o quizás más,... se paró  frente al espejo, con la vista fija en sus propios ojos,... de repente una sonrisa le transformó la cara por unos instantes, luego pareció asombrarse: su barba de años, aparecía de unos pocos días en aquel sucio espejo, y su vieja camisa marrón, se reflejaba frente a él, tan nueva, tan impecable, como recién comprada;...se quedó un buen rato como petrificado, como no entendiendo, o desconfiando incluso de los sucedido; acto seguido quiso estar seguro y no dudó, realizó un violento giro sobre si mismo, para estar nuevamente frente a frente, con él mismo,... la sorpresa no se detuvo, su barba ahora llegaba hasta los pies, al igual que su pelo, su camisa hecha jirones;... intentó tocarse pero él miedo a sí mismo, lo detuvo.

Pensó un largo rato mientras se rascaba la cabeza, tal vez tratando de entender lo sucedido, o tal vez simplemente para atenuar su molesta e interminable picazón. De repente, quizás intentado sorprenderse, o encontrarse desprevenido giró otra vez, y se reflejó empujando una vieja almohada por aquel estrecho agujero.

Pero los hombres insaciables, habitualmente, nunca tienen bastante;... aterrado y temblando, decidió jugar con su suerte, y giró una vez más,... el resultado le congeló la sangre,... por el espejo vió pasar su propio ataúd... con un pobre y lento acompañamiento: los muchachos del bar, Las hermanas Tedesco, Don Gregorio, la Paraguaya, su hijo,...y Doña Angela aferrada del  brazo de Mariano Legarralde, un conocido criador de ovejas de la zona.

Desde entonces Don Ramiro abandonó para siempre su laboratorio, ya no frecuenta los bares, ni las ventanas, los ríos, las vidrieras, los charcos,... y es muy habitual verlo borracho en alguna esquina, corriendo e insultando a los inadaptados de siempre, que vienen a amenazarlo con unos tontos y repugnantes espejos.

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CASTILLO DE SUEÑOS

Julio Sotelo era sin dudas, el tipo más encantador de toda Villa Elisa, de esos a los que la vida le depara algunos adicionales que los convierten en envidiables, lo conocí una madrugada en la wisquería del club,... en menos de una hora tomé la decisión indeclinable de transformarme en su amigo, no por conveniencia, o especulación alguna, sino por la más intima convicción que estaba frente a un hombre extremadamente presentable, íntegro, de convicciones firmes, y una gran inteligencia, condiciones que le otorgaban clara ventaja sobre los demás, y con el tiempo lo llevaron a cosechar fortunas.

Desde aquel primer encuentro con Julio, ya tenía muy claro que la misma habilidad para pergeñar negocios también la utilizaba para atrapar mujeres, las que habitualmente caían rendidas a sus pies, presas de tanta seguridad, tanta elegancia, tanta hombría de bien, tanta simpatía, y tanto dinero.

Nuestra amistad fue ganando antigüedad y solidez, y a menudo intercambiamos algunas opiniones, algunas cuantas llamadas, algunos puntos de vistas, algunas visitas, algunas risas, y algunas señoritas.

Si bien es cierto que Julio era ampliamente bondadoso, también es cierto que nunca confiaba demasiado en las mujeres, más bien actuaba a la defensiva, quizás fue por eso que me sorprendió aquella noche, en que le confesara a Patricia tantas cosas, un tanto íntimas, cuando no hacia  más de dos horas desde que yo mismo se la presentara, debo confesar que tal actitud me llamó poderosamente la atención, y viví aquella situación un tanto sorprendido, pero ni el mejor contador de cuentos podría imaginar jamás, lo que a partir de entonces estaba por ocurrir...

Sabido es que aún los hombres con mucha suerte, de ves en cuando sufren alguna desgracia.... Julio no fue la excepción y el diagnostico era evidente y totalmente claro: ¡estaba enamorado!.

Claro y por supuesto que a ninguno de sus amigos nos alegró tal noticia, pero tal como corresponde en estos casos, fingíamos cierta felicidad, e incluso a principios de aquella primavera, y en la noche de su casamiento llegamos a brindar con él, exultantes, un tanto borrachos, y a los gritos de ¡Viva los novios!,  con augurios de paz, prosperidad, y felicidad eterna.

Ciertamente que ningún estado de enamoramiento dignifica demasiado a un hombre, sin  embargo el de Julio lo transportaba directamente a la estupidez y la locura;  comenzó con cada uno de los comunes, vulgares y habituales síntomas, por los que pasa un enamorado. Despertó a Patricia cada mañana con un beso en la frente, sirvió con esmero sus desayunos, repitió un –Te quiero- cada hora transcurrida, regaló flores frescas y recién cortadas cada primavera, cada cumpleaños colgó elocuentes pasacalles, llenó su cuello de relucientes y costosos collares de perlas cada aniversario, ...y dejó de frecuentar a sus amigos.

Solo por complacerla y en virtud de su enamoramiento  desmedido, Julio empeño su vida y hasta su fortuna por realizar una obra tan grandiosa y desafiante como su amor. así fue que emprendió la construcción más sorprendente y formidable de toda Villa Elisa, y sus alrededores.

Buscando el lugar más apropiado para su amor comenzó por adquirir varios lotes de terrenos céntricos en proximidad a la Estación de Ferrocarril, lugar que luego descartó de plano, entendiendo que el ruido y el silbato de los trenes atentarían contra la eterna música melódica, y las interminables declaraciones de amor, que siempre en susurros le entregaría a su amada esposa. Con atenuantes permanentes continuó descartando hermosos lugares, hasta la primavera del 76, en la que por fin encontró el lugar apropiado para tan apasionante empresa, Julio adquirió en toda su extensión el Cerro Santa Elisa, único por estas zonas de interminables llanuras, y de unos setecientos metros de altura.

Como no podría ser de otra manera, la construcción comenzó de inmediato, con unos cincuenta y seis de los más destacados operarios de la construcción, y dos arquitectos Holandeses, dos alemanes y un argentino, (cabe destacar que la misma culminó a mediados de Mayo del 82).

Sinceramente toda Villa Elisa permaneció pendiente de semejante obra, al igual que Julio quién discutía y controlaba cada detalle, cada rincón, cada color, de aquel sueño de ladrillos, tan inmenso como su amor, y que con gusto regalaría a Patricia como visible muestra y constancia de tal enamoramiento. Solo la etapa concluida, (ya que la obra en un principio no incluía las futuras ampliaciones), contenía treinta habitaciones, todas en suite y principales, una por cada día del mes y con distintas decoraciones, que contribuyeran a espantar el acostumbramiento y la monotonía, y solo un cuarto de huéspedes, para ocasiones de fuerza mayor, ya que no tenía pensado atender visitas que lo distrajeran de las permanentes atenciones que le dispensaría a Patricia cada día; un comedor de enormes dimensiones, pero que solo contenía una pequeña mesa para dos personas, y que tiempo atrás pertenecieran a la wisquería del club en el que se conocieron, una enorme biblioteca que solo contenía poemas de amor y que Julio le dedicaría cada mañana a su amada, un cuarto de flores, en el que no faltaba ni una sola especie de las conocidas en el planeta, un pequeño solar para dos personas, y un lago artificial con una joven pareja de delfines, las veredas perimetrales que formaban un inmenso corazón estaban realizadas con pequeños pedazos de mar petrificado, y cada uno de ellos contenía, (tallada a mano) una frase de amor jamás escrita con anterioridad.

Los constructores aseguran que además el Castillo contenía unos veinticinco compartimentos más, los que serían utilizados como lugares de paseos o de diferentes juegos sexuales, a los que para acceder hacían falta dos juegos de llaves, y transitar a oscuras por unos raros y confusos laberintos, algunos de los cuales no conducían a ningún lugar, vecinos de la villa opinan que tal situación fue diseñada ex profezo para entregarle un mayor dramatismo a los encuentros amorosos, sin embargo otros aseguran que fue el motivo principal por el cual, fue despedido el  joven arquitecto Argentino.

La inauguración estuvo plagada de fuegos artificiales, y despojada de todo invitado, Julio siempre sostuvo que la misma debía ser íntima y carente de toda multitud. En un principio y tal como era esperable, fueron la pareja más envidiable y feliz de toda Villa Elisa, disfrutaron plenamente de cada lugar de ensueño, de los muchos de que disponía la mansión.

Lo curiosos fue que solo un par de años después, tal magnitud, comenzó por desencontrarlos, hasta el punto tal que pasaban en un comienzo días, y luego semanas enteras sin verse, o en su defecto solo se sucedían encuentros fugaces, generalmente en los pasillos internos, pero luego de algunas horas, volvían a perderse cada cual por su lado. Cuentan que en unos de estos ocasionales episodios, ya por fines del 86, se reencontraron en unos de los jardines, pero el nuevo peinado de Patricia, y la prominente barba de Julio, atentaron contra  cualquier reconocimiento.

Con el correr de los años ( y tal lo presumible), no volvieron a encontrarse nunca más, incluso a no saber cada uno, sobre la existencia del otro.

El día de hoy que los datos sobre Julio son inexistentes, solo por boca de El Chino Partruzo, parquero ocasional del Castillo, circulan algunas tenebrosas versiones sobre unos extraños montículos de tierra, decorados con jazmines negros, y diseñados exclusivamente por Santiago de La Fuente Pérez, un joven arquitecto argentino, que tiempo atrás formara parte del proyecto del Castillo, y que por estos días, consuela a Patricia de tantas desdichas, soledades... y desencuentros.

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LA PELUQUERIA DEL PAMPA

Si uno imagina un tipo de esos entrañables, sin dudas ese era“El Pampa”, de modales simples pero cordiales, servicial para cuanto gustaran mandar, de generosa conversación y apasionados relatos, atributos estos, que lo convertían por cierto en un peluquero insuperable, motivos estos por los cuales siempre fue la única peluquería que existió en toda Villa Elisa, ya que cualquier emprendimiento relacionado, terminó en todos los casos en un rotundo y esperable fracaso.

La peluquería del “Pampa”estaba situada en un lugar poco estratégico, y para mi gusto, un tanto alejada del pueblo, en un paraje  aledaño a Villa Elisa, conocido como “Monasterio”, en el que años atrás funcionaba la vieja estación de trenes, y la que por algún tiempo fuera punta de rieles del ramal,  situación que generó un rápido crecimiento del poblado por aquel entonces, con un constante movimiento comercial en las cercanías de la Estación, y los carretones de descarga viajaban a lo largo del andén repletos de mercancías; era el ferrocarril su medio más preciado, generador de interesantes negocios, charlas y amoríos pergeñados en el andén.

Los vecinos se interesaban por los temas cotidianos de los demás, y se saludaban a diario, lo que hace que todavía hoy, sigan viviendo unos cuantos nostálgicos, de esos incorregibles.

Son variados los moradores, e increíbles las historias del paraje, incluyendo algunos relatos sobre Don Raúl, un campechano político de la zona, que visitaba el lugar en búsqueda amorosa de Doña Lorenza, oriunda de esos pagos, y que con los años, y según cuentan, se convirtió en su esposa.

El lugar contaba con pocas pero pintorescas y antiguas casonas, algunos almacenes, sus añejas palmeras, una buena cantidad de  “yucas”, sobre todo del otro lado del puente, y las que originaron el nombre de una importante Estancia, que rebalsaba de ovejas, y daba cobijo a unos cuantos puesteros; con el boliche “La querencia” incluido, donde los comensales se sentían como en sus propias casas, y bebían hasta ahogar viejas tristezas, sus calles de tierra, la laguna que con su interminable parición de bagres y pejerreyes, daba sustento a los avezados pescadores del lugar, su cancha de bochas, donde Don Cipriano deleitaba a los presentes con sus geniales “arrimadas”... y  la infaltable cancha de pelota a paleta... deporte este del que su mayor admirador era sin dudas El “Pampa”, razón por la que suponemos que la ubicación de la peluquería, no fue un hecho meramente circunstancial, ni producto de la providencia o la buena suerte, sino un hecho certero y absolutamente premeditado.

Lo cierto es que la peluquería se encontraba situada en un local interno de aquella casona, pero pared contigua a la cancha, esta circunstancia le otorgaba al “Pampa” una clara ventaja sobre todos los demás, y lo eximia de entre otras cosas, de preguntar días y hora de cotejos programados, suspensión o variación de horarios, e incluso de partidos imprevistos, producto de desafíos constantes en “La Querencia”.

Era tal el fanatismo del “Pampa” en la materia de la pelota a paleta, que solía predecir resultados con meses de anticipación, incluido aquellos más inesperados, y los que resultarían verdaderos batacazos, tan sorprendentes como la misma predicción.

Esta cualidad del “Pampa” más atribuible a sus conocimientos y capacidad de análisis que a la fortuna, lo  llevó con el tiempo a ser una especie de consejero infalible de contendientes, y apostadores empedernidos, pronosticándoles la suerte que les depararía el partido, (y por lo tanto el futuro), según con quién se enfrentaran, en que condiciones lo harían, y sobre que variantes y circunstancias...

De todos modos, debemos señalar en honor a la verdad, que algunas cuestiones eran tan claras y simples, como inapelables, y eximían a los interesados de consulta alguna,...sabido era que el “Tuerto” Lucero resultaba más flojo, si le dabas libre la mano derecha, no porque fuera la izquierda su mano peligrosa, sino por ser este el lateral correspondiente del que le faltaba el ojo,... en cambio al “chueco” Garmendia era preferible jugarle por lo bajo (de ser posible de “arrastrón”), y con el revés de zurda; con “el mudo” Ponce jamás se debía esperar que la pidiera,...el más difícil de pronosticar de todos, siempre fue el “Mosquito” Solaya, ya que su desempeño variaba sustancialmente de acuerdo a la dosis de tinto que ostentara al momento del encuentro en cuestión, siendo recomendable un estado de embriagues óptima, pero no extrema,...  de tal modo que la dificultad mayor giraba en torno a suministrarle la dosis exacta, para lograr así su mejor actuación, ya que tanto fresco, como borracho del todo, solía ser un verdadero desastre,  con el “Rifle” Taboada daba lo mismo cualquier trato, igual solía cagarte a pelotazos en cualquier circunstancia.

Contrariamente a lo esperable “El Pampa” no era un buen jugador de pelota a paleta, podríamos decir que su mayor mérito radicaba en la constancia permanente, y su técnica era más bien limitada, pero tal situación sin embargo, no lo desvelaba demasiado,... su disfrute no pasaba por el absurdo y vulgar protagonismo, sino por el simple placer de ser testigo presencial de virtudes y destrezas ajenas.

El entusiasmo del “Pampa” por los partidos de pelota a paleta se fue incrementando cada año, del mismo modo que para su suerte se incrementaban los clientes, acontecimiento éste, que de principio puede resultar favorable, pero que sin embargo al “pampa” lo molestaba un poco esa situación.

La verdad era que los partidos no siempre registraban  coincidencia con los ratos libres de su profesión, lo que lo prohibía de presenciar total o parcialmente algunos partidos memorables, y que quedaron en el recuerdo imborrable de  todos, menos del “Pampa”, que solo sentía los tremendos pelotazos del “Rifle”, retumbando en la pared medianera del salón, y los gritos y aplausos de los presentes, dentro de los cuales, y solo por razones laborales, él no se encontraba.

Esta situación comenzó a molestar más de conveniente al “Pampa”, primero con él mismo, por no ser más cuidadoso y programado con los turnos que emitía, y segundo con los clientes, a los que de a poco llegó a odiar con todas sus fuerzas,... no podía entender que prefirieran un vulgar e inoportuno corte de pelo, a un vertiginoso, único e irrepetible partido de pelota a paleta... debía ser consiente, algo tendría que modificar... ambas cosas eran incongruentes, pero a la vez sus necesidades básicas, una su alimento del alma, la otra su alimento diario.

La solución fue impensada, pero no por eso menos sencilla y sabia..., el análisis de la situación era claro, lo que no podía mudar era el local.... en cambio el sillón de peluquero...!Siii!.

Todo resultaba perfecto: los días soleados a nadie le molestaba un corte al aire libre, con el trinar de los pájaros, y los estruendos de los paletazos, los días de lluvia no eran problema, la cancha nunca llegó a techarse , y por lo tanto en tales condiciones, no habría cotejos.

El “Pampa” volvió a ser el tipo feliz que todos conocimos, y gozaba del extraño privilegio del que ostentan pocos humanos, combinaba trabajo con pasión y esparcimiento. Los primeros días resultaron algo extraño para algunos ocasionales espectadores, los que se veían algo sorprendidos por aquella rara conjunción, sin embargo, y lejos de molestarles, les resultaba simpática aquella ocurrencia, propia de estos lugares, en los que la vida parece reír,....algunas veces con insolentes carcajadas

Sabido es que casi nada es perfecto...y lo que sí, raramente perdurable,... los inconvenientes comenzaron a surgir. Ocurre que el conocido apasionamiento del “Pampa” terminó por traicionarlo, y como era tal vez de suponer, vivía cada partido como si fuera el último, y la atención estaba más centrada en el cotejo, que en el trabajo, esta situación, hacía que el resultado del corte y la perfección del mismo, fueran directa e inversamente proporcional a la emotividad del encuentro... Es decir que cuanto más parejos resultaban los desafíos, más disconformes estarían los clientes.

A partir de entonces los “cortes” de Monasterio comenzaron a ser macho más variados, y los caballeros estructurados y campechanos, aducían cierta modernidad, y cuestiones de dudosa estética, las que (según ellos) los favorecían.

Cabe señalar (a estas alturas), que los entusiastas también resultaban fácilmente detectables, por sobre los demás, así es que era habitual en ellos, una nuca prácticamente rapada, en combinación con un prominente jopo, que prácticamente les cubría la visión.

Los más precavidos y conservadores posponían las incursiones a la peluquería, para los días de intensa lluvia, o de partidos mediocres, con pésimos “pelotaris”, ... también es justo reconocer en tal sentido, que a partir de aquel entonces, y por cuestiones de seguridad, los pobladores de Monasterio, comenzaron a afeitarse en sus propias casas.

Los reclamos no tardaron en llegar, sobre todo de los menos interesados en aquel deporte, o en su defecto de los menos apasionados, los que si bien disfrutaban de lo cerrado del resultado, y lo parejo del encuentro,..perdían la calma por lo desparejo del corte,...los más enfervorizados en cambio, realizaban los reclamos algunas horas más tarde, o en su defecto ... al día siguiente.

El “Pampa” era consiente de sus permanentes distracciones, y las consecuencias involuntarias, sin embargo parecía no darles mayor importancia, y en algunos casos demostraba indeferencia.

Algunos meses después del nuevo emplazamiento del sillón, algunos vecinos que por diferentes motivos no asistían a los encuentros promocionados, deducían la paridad y emoción de los mismos, con el simple hecho de revisar cabelleras ajenas.

El tiempo y la vida han transcurrido un poco, y para todos,... por estos días, el “Pampa” se mudó a un pueblo un poco más próspero y aburrido, y trabaja de repositor en un Supermercado coreano,...ya el tren carguero no para en la vieja estación del ferrocarril, y los carretones descansan en los andenes estáticos y oxidados, ni las casonas, ni los boliches, ni las ovejas inundan la Estancia, ni el hormigón resiste el paso del tiempo,... y la gramilla avanza cruel...a paso firme desde la raya 4, en línea curva y caprichosa en clara dirección al “frontón”.

(Sinceramente nada de esta historia me consta pero le pertenece a Don Jorge, lo cual sin dudas, la transforma en verdadera.)

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DE AMOR, DE PASIÓN Y...DE SAVIA

Aquella mañana Manuel se levantó un poco más temprano de lo que solía ser su costumbre, tomó solo un par de los mates que Yolanda le dispensaba a diario, y salió a la calle con un entusiasmo algo sospechoso en él, que de rezongos y apatías conocía bastante.

Poco hacia prever que la visita de Manuel al vivero de los Taglianelli, (que era el único y más importante de los viveros de toda Villa Elisa) podía transformarse en una historia, sin embargo y a pesar de tal previsión,... así sucedió.

Seguramente el aburrimiento tuvo algo que ver en el ánimo y la determinación de Manuel, pero la seguridad al menos, estuvo presente, y sin dudar ni un solo segundo, solicitó aquel pequeño y maltrecho sauce que se encontraba en el extremo derecho, y a pesar de las sugerencias del Tano, invocando cierta conveniencia en la adquisición de un saludable fresno, y luego de las ventajas  lógicas de algún que otro frutal, Manuel no cedió en su elección y por unos treinta "morlacos” cargó al fin su árbol a la vieja bicicleta azul, y la emprendió con enérgico pedaleo de regreso a casa, por Avenida Independencia, hasta  plaza San Martín, y doblando media cuadra a la izquierda sobre Zapiola, lugar donde vivía desde que era un niño, es decir desde siempre.

A Yolanda poco le extraño que su esposo tardara tanto tiempo en encontrar una ubicación adecuada para tal insignificante implantación, ya que Manuel tenía cierto carácter dubitativo aún para algunos menesteres que se suponían de relativa importancia. Ya entrada la tarde la situación quedó resuelta, y el sauce plantado,... el final de la vereda de ladrillos y un poco al costado de donde se encontraba la bomba sería  su destino final, ... o al menos eso parecía.!!

Al igual que cualquier historia, el principio transcurrió, en cierta calma, sin demasiados sobresaltos, y más o menos dentro de lo esperable; Manuel le dispensaba al sauce los cuidados mínimos para su subsistencia, un poco de agua, otro poco de remedio para hormigas, y de vez en cuando un toque de estiércol.

Lentamente, y con el transcurrir del tiempo, al sauce le crecieron las ramas, a Manuel los hijos; el árbol fue torciendo troncos, Manuel los caminos, y el sauce se transformó en “llorón”, y Manuel en “Don”; el árbol definitivamente echó raíces, .. y Manuel a Yolanda.Quizás mucho influenció la soledad en la que ambos, así un poco de repente se encontraron sumergidos, lo cierto es que poco a poco, entre ambos, fueron asentando vínculos y unificando algunos criterios, hasta que se transformaron en amigos sinceramente inseparables, y transcurrieron juntos los inviernos y los veranos, las lluvias y las sequías, diría que los dos, comenzaron lentamente a ignorar a todos los demás.... y al poco tiempo, se refugiaron junto a la bomba, de los cobradores de impuestos, y de los ácaros, de los malos y de los males, de los tónicos y los tornados.

Siempre quedó claro, que Don Manuel era el más expresivo y verborrajico de los dos, el sauce mantenía una actitud más sumisa, y por lo general era el menos demostrativo. De mañana temprano, ya Don Manuel la emprendía con relatos que a menudo se extendían un poco más de lo aconsejable, terminando ya entrada la noche, las charlas incluían confesiones tremendas, de esas que uno puede confiar solo a los muy buenos amigos, esos sobre los que uno está completamente seguro que jamás, pero jamás en su vida contarán nada a nadie.

El transcurrir del tiempo fue ubicando a cada cual en situaciones  un tanto comunes y previamente establecidas, habitualmente sucedía que Don Manuel le narraba sus historias y generalmente luego reía, el sauce las escuchaba... y generalmente lloraba. Tal vez por tal recurrencia Manuel no pudo con su genio y concluyó por apodarlo (Un tanto burlonamente) “llorón”, en ocasiones solía palmear con insistencia su tronco y repetir : -¡Vos sí que sos de fierro!- e inexorablemente soltaba risotadas, que dañaban a “llorón”, que tal lo previsible, agachaba sus ramas y comenzaba inexorablemente a llorar.

A fines del 77, una tarde cualquiera, Don Manuel que por aquel entonces y como es lógico suponer ya estaba algo viejo y en consecuencia bastante nostálgico, comenzó un extenso y triste relato, con la voz algo ronca, y en susurros apenas escuchables, lo que hizo imposible conocer los pormenores de la historia, a pesar de tanta lágrima y gestos de dolor dignos de compasión, “llorón”escucho atento pero extrañamente ajeno y sin inmutarse tal narración. Al final Don Manuel cansado de tanta nostalgia y llanto optó por fundirse en un interminable abrazo con el viejo sauce, el que sin dudas conmovido por tal situación lo sostuvo con sus raíces y lentamente, con un movimiento envolvente, lo cobijó entre sus ramas, hasta que tal vez producto de cierta compasión, le seco las lágrimas con sus hojas amarillentas y alargadas.

El día siguiente era sin dudas la clave de tal amistad, el detonante que marcaría para siempre sus vidas. La expectativa de Don Manuel era seguramente atroz, tal vez por eso su amanecer se adelanto por encima de lo habitual, y sin desayuno previo aligeró sus cansados pasos hacia la puerta del fondo, no salió íntegramente, prefirió darle suspenso a su incógnita, y asomó la nariz con dudas y miedos... quería y esperaba la respuesta, sin embargo no fue la esperada.... los ojos de Don Manuel en un principio se empañaron, y luego se fijaron incrédulos en lo que veían..

El destino y la esperanza de Don Manuel estaban marcados, tanto como los enormes surcos que dejó llorón en su retirada y a su paso, comenzaban claramente en proximidades de la bomba, siguiendo la deteriorada vereda de ladrillos, luego con una pequeña inclinación cruzaban la calle, hasta llegar a la punta oeste de la Plaza San Martín, desde donde entonces, llorón baila al compás del viento, y solo de vez en cuando, sobre todo en otoño, llora un poco por las noches.

Don Manuel a partir de entonces vive en la más absoluta soledad, casi no sale a la calle y jamás pisa la plaza, solo se contenta atendiendo unos cuantos y variados frutales, y algún que otro Crisantemo que le regalará “el Tano”, el dueño del vivero “Las tunas” de Avenida Independencia casi esquina Paysandú.

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LOS MAGOS DE LA LOMA


Corría un cálido verano, y tiempos de los calmos en Villa Elisa, los más pequeños a la escuelas, los mayores al trabajo, el cura a sus misas, las damas a sus quehaceres, los pecadores a la iglesia,...

En un principio todos pensábamos que poco podía cambiar la historia la llegada de esos tres sujetos, en apariencia un tanto negativa, sin llegar no obstante a ser impresentables, a los que al poco tiempo de instalados comenzamos a llamar los magos de la Loma. La primera por razones obvias, ya que de inmediato comenzaron con una serie de trucos llamativos, con los que se ganaron el mote y cierta simpatía de la mayoría de los habitantes, y lo segundo tenía relación directa con el lugar del que supuestamente provenían, ya que algunos los ubicaban hace un tiempo atrás, en un cerro en el que un tal Julio Sotelo construyera un afamado castillo, con connotaciones algo trágicas, y otros porque simplemente ubicaban su procedencia en la mismísima loma del culo.

En un principio los tres magos, pasaban noche en uno de los galpones de ferrocarril, donde el Jefe los ubicaba a cambio de mantener limpio el lugar y algunos secretos mágicos y vulgares, como descubrir la carta elegida, desatar los nudos de la soga sin soltar las puntas y hacer desaparecer monedas... aunque esto último, y a santo de decir verdad, el Jefe ya lo practicaba desde mucho antes de la aparición de estos señores.

Las primeras demostraciones comenzaron a realizarlas en el andén, y a un costado de la mesa de palancas. Un rato antes de la llegada del tren de las nueve, repitieron hasta el cansancio, el viejo pero efectivo truco de arrojar un pañuelo al aire, perteneciente a cualquier pasajero, para que como por arte de magia, y antes que tocara el suelo, se transformara en una blanca y saludable paloma, la que sin más, echaba a volar ente los aplausos y gestos de aprobación de los presentes, así día tras día, se repetían los trucos y se incrementaban las aves, razón esta, por la que el día de hoy es más que conocido, y súper poblado el palomar de la estación, causando, como es lógico de suponer, aún hoy, las consabidas molestias en las cabelleras de los distraídos viajeros.

Sabido es que la trampa mezclada con algo de picardía, a menudo lleva a ganar algo de fama, por consiguiente dinero,... por consiguiente mujeres,... en virtud de lo cual, en apenas un par de meses pasaron a ser la atracción de Villa Elisa, y alojarse en un lugar más céntrico y confortable que alquilaron al viejo Murcia por unos cuantos pesos.

El trío mágico era integrado por “el Tinto” Cazó, que era el más simpático y amable de los tres, y se especializaba en los trucos de cartas, y al que le decían así por las permanentes curdas del nombrado color en el boliche de don Gregorio. Lo secundaba “el Palanca” Lucero, el que prefería el ilusionismo, y al que apodaban de tal modo porque era capaz de levantar cualquier mina, sin importar el peso que ostentara la misma. Completaba el trío “el Tuerto” Cabañas, especialista en desapariciones instantáneas y al que nunca conocimos el motivo de su apodo ya que veía perfectamente bien y tenía ambos ojos correctamente ubicados, (uno a cada costado de su cara), y en las más perfectas condiciones.

Los magos se movían misteriosamente juntos, en las visitas a cualquier lugar,  incluso en las sabidas y permanentes incursiones a lo de “la Paraguaya”, a la que cada vez, le regalaban un reluciente clavel que aparecía de su pelo, con el sólo chasquido de los dedos.

Al boliche solo le permitíamos entrar para pasar el rato y tomar algunos tragos, a las cartas se les prohibió jugar casi de inmediato a su llegada, nadie estaba dispuesto a perder “chongas” con contrincantes que cambiaban reyes por comodines, y cortaran de primera y a las risas “menos diez”,... al truco era imposible ganarles, te cantaban 33 en todas las manos, y te transformaban el “ancho” de espada de un soplido y sin darte cuenta, en un miserable 4 de copas.

Lo raro fue que con el correr del tiempo los trucos mágicos, se fueron transformando de a poco en menos graciosos e inofensivos de lo acostumbrado, las típicas desapariciones de monedas, pañuelos y relojes, dejaron la transitoriedad que corresponde, para transformarse en faltantes permanentes, lo que hizo incluso, que se los vinculara comercialmente con la joyería de Salta y Buyacal. Las inofensivas y misteriosas llamas en la puntas de sus dedos, pasaron a menudo a convertirse en incendios de relativa magnitud, la suma de estos hechos y otros similares hicieron que tanto la popularidad, como la desconfianza sobre ellos se fuera agigantando en toda Villa Elisa.

En un principio se los responsabilizó por algunas desapariciones, a las que podríamos catalogar como menores, pero que al fin y al cabo eran preocupantes para la mayoría de los pobladores. Doña Pancha y Teodora Tedesco fueron las primeras en achacarles una clara responsabilidad, en un misterioso faltante de diuréticos y antibióticos, que celosamente atesoraban en su vieja Siam, un tiempo más tarde fueron comunes los comentarios sobre la culpabilidad de cierto faltante de boletos Villa Elisa Buenos Aires, y que tanto perjudicaron en su momento al “Escarcha”.

La desconfianza se fue incrementando sobre los magos, y la creencia que mucho tenían que ver, con ciertas alucinaciones en los espejos de don Ramiro, y el misterioso traslado de “Llorón” el viejo sauce de don Manuel. Más trágico pareció cuando se comenzó a creer en la culpabilidad que les correspondía, en las extrañas desapariciones de Julio, doña Ángela, e incluso la del loco Golondrina.

Tantas versiones y dudas terminaron por transformar a estos hombres en seres poco recomendables, y la reputación y simpatía que lograron en el pueblo en un principio, se apagaron de un soplido, cual truco de magia, en el mayor de todos los desprecios.

Las miradas de los magos también fue cambiando en consecuencia del trato percibido, lo que producía una reacción inversa a la deseable, en los habitantes de Villa Elisa, en consecuencia los trucos que antes realizaban para agradar y despertar aplausos, mutaron a un claro propósito de originar burla, y generar odios, tal como se podría esperar, la situación se transformó en poco tiempo en un círculo vicioso imposible de detener, y lo peor... aún  estaba por suceder...

Aquella mañana de invierno, el frío y la escarcha eran mucho más terribles de lo habitual, podríamos decir incluso que dolían hasta los huesos, y que era algo nunca visto en “pagos” como estos, tal vez por eso llamó tanto la atención, que los magos de la Loma deambularan desde antes de la madrugada por las calles desiertas de Villa Elisa, recorrieron el pueblo todo, arrojando a cada paso una extraña ceniza blanca, con un olor rancio y nauseabundo,... esparcieron el polvo minuciosamente en cada calle, en cada lugar, en cada rincón....

Un par de horas después del amanecer se reunieron los tres en la Plaza San Martín junto a la fuente principal, y luego de unas raras oraciones con las manos y los ojos señalando al sol, se cubrieron con una sucia frazada con motivos en rombo, y de color marrón. Así estuvieron unos minutos y luego empezaron a agitarla fuertemente,... arriba, abajo,... una y otra vez, hasta que comenzó a formarse una nube de polvo blanco, espeso y húmedo,... en un principio supusimos que era tierra, (es estado de la frazada así lo sugería), pero en apenas segundos, se transformó en una extraña y pesada niebla, que rápidamente se esparció por la plaza, para luego ganar las casas, luego las calles,... luego toda Villa Elisa, ... no quedó un solo espacio, ni un solo sitio que se pudiera divisar, la niebla todo lo cubría, curiosamente, la misma concluía  en el límite exacto y preciso de la Villa, sin afectar un solo centímetro de los pueblos vecinos.

La visión a esta altura era nula, ... y el desconcierto total, el 36 dejó de circular, o si lo hacía, al menos nadie pudo verlo, los habitantes comenzaron por desencontrarse, y a dormir en cualquier parte ante la imposibilidad de llegar a sus hogares, las citas se transformaron en fracasos, y los encuentros a escondidas dejaron de tener sentido alguno, las informaciones llegaban solo por radio, ya que los televisores dejaron de encenderse ante tal situación.

Los únicos que conocían al lugar donde se encontraban, eran aquellos que permanecieron en el mismo sitio en que los sorprendió la niebla, todos los demás desconocían por completo el lugar en el que estaban, o por lo menos carecían de toda certeza.

Así transcurrieron tres eternos días en las mismas condiciones, nadie podía verse, ni saber fehacientemente con quién se encontraba, la convicción de reconocer voces tampoco era garantía absoluta, rápidamente algunos chistosos alentados por la situación, y el consabido aburrimiento, comenzaron por imitar y hacerse pasar por otros, agregando más incertidumbre y descontrol a la reinante,... cabe informar, que en tales condiciones, el desconocimiento sobre el paradero del “mudo Ponce” era total.

El amanecer del cuarto día fue el más sorprendente y atroz que se pudiera imaginar, con los primeros rayos de sol, el lugar comenzó a despejarse, ...al igual que este terrible misterio... La visión fue tan clara como aterradora:... Villa Elisa toda, ...absolutamente toda, había desaparecido, ¡nada quedaba! ... ni plaza, ni Iglesia, ni animales, ni casas, ni bares, ni árboles, ni gente, ni empedrados,... Todo,... absurdamente todo había desaparecido.

El lugar solo era un verde y perfumado campo, una llanura en la que la vista podía llegar al horizonte, salvo por un pequeño cerro, que matizaba el paisaje, ... y de unos setecientos metros de altura.

Desde entonces, varios soñadores no han parado de buscar el más mínimo indicio que los traslade, al menos una vez más, a aquel lugar encantador y misterioso llamado Villa Elisa, debemos ciertamente admitir, y ha nuestro pesar, que las posibilidades son un tanto remotas,... los datos son pocos, y los que hay, escasamente certeros,... la única esperanza es una pequeña e insignificante carta, encontrada bajo una piedra de aquel lugar, y por aquel entonces, que comienza diciendo: “-Usted puede desandar este misterio,... solo tendrá que sumergirse, y de ser preciso, dejarse convencer,...transitar a cada paso, y a cada instante....“

Fin

8 comentarios:

  1. Muy bueno. Me gusto mucho.

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  2. Muy lindas historias, la imaginacion se dispara y termina de armar los detalles de los distintos escenarios muy bien descriptos por el autor. Felicitaciones!!!

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  3. que bueno me encanto superior a muchos conocidos.

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  4. Genial, no conozco otras obras, pero esta es sencillamente genial, el absurdo elevado a la máxima expresión. Recomendable

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  5. apasionanteeee, un estilo Dolinesco pero de sencilla y contundente redacción, es rápido y "golpe tras golpe", muy bueno. no sé si hay más material de este autor, sería oportuno si lo expresa alguien por este mismo medio, o algún mail de contacto.

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  6. Que buen finaaaaalllll, genial genial. Una locura todo.
    Hay otro/otros libros ?????

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  7. je je je, final circular si los hay, muy bien, un tanto cortos pero es efectivo sin dudas. Rara narrativa pero es bueno

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  8. Le sobra imaginación, pero a mi entender le falta vocabulario literario, y se nota mucho, una pena verdaderamente, ya que de corregirlo sería realmente muy bueno.

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